miércoles, 4 de enero de 2017

Relato de inauguración

Ladrones del mar


Una noche despejada y maculada de estrellas envolvía la costa, donde la paz descansaba en una playa desierta. Allí estaba yo, con una toalla, un camisón y un colgante con una libélula de plata puestos, contemplando el baile entre las olas y la arena, en abrazos y desabrazos. Cerré los ojos y el olor de las algas inundó mi olfato, el mar me estaba llamando. Mis manos sujetaron mi camisón, lo desprendieron de mi cuerpo y después lo dejaron caer en la arena. El colgante permanecía en su sitio. Un viento de levante surgió y  sus manos frías acariciaron mi piel. Sonreí y acudí a la llamada, corriendo hacia la fiesta de las olas. Ellas me recibieron muy juguetonas intentando derribarme con sus embestidas,  pero mis piernas eran más fuertes y me mantuvieron firme, hasta que el mar llegó a mis hombros. En ese momento dejé que él me sostuviera y con sus olas me meciera; las algas que me acompañaban se enredaron en mi cuerpo como si me vistieran y la creciente luna mentirosa, tumbada, como si fuera una sonrisa, igual que la que hacía mi madre hace mucho tiempo. Sumida en paz y placer, deseaba permanecer toda la vida así, pero jamás pensé que se cumpliera de esa manera.

Inesperadamente, una fuerza comenzó a arrastrar mi cuerpo hacia el fondo, no pude reaccionar. El agua comenzó a cubrir mi cara, viendo en el último instante como el aire escapaba en forma de burbujas y mis miembros se sacudían como peces en la tierra. Esa fuerza, ¿era creada por el mar por ser un simple juguete o era porque me amaba tanto que quería que viviera junto a él? ¡Delirio!, esa fuerza pertenecía a unas manos de carne y hueso que constreñían mi cintura, que pretendían trepar hacia mi garganta. Luchando por la vida, ésta se iba liberando en burbujas y ya sin esperanza, volví a cerrar los ojos bajo un manto de agua.

Sólo quedó oscuridad, a la que el tiempo no afectó, hasta que una luz tenue la hirió, la del amanecer. Levanté la cabeza y me contemplé envuelta en mi toalla, desnuda y empapada. Vi mi camisón en el mismo sitio, pero noté que algo me faltaba. Llevé mi mano derecha al cuello y solo sentí piel desnuda y mojada. Había volado mi libélula de plata. 

Micalice 

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